viernes, 15 de julio de 2016

El mar, el mar - Iris Murdoch

Cuando se empieza a leer "El mar, el mar" de Iris Murdoch, uno se siente inmediatamente transportado a la costa británica. Siente el calor del sol, el frescor del aire, el ímpetu del mar, el estruendo de las olas, el fragor del agua rompiendo entre las rocas, el aroma de la vegetación, el poder del paisaje... No cuesta nada ponernos en la piel de Charles, el protagonista, un veterano director de teatro que huye de las candilejas londinenses para refugiarse en una vieja casa junto al mar,  inhóspita y húmeda, en la que pasará balance de su vida.

Hasta aquí, la trama promete, las descripciones nos seducen y la personalidad del protagonista nos atrapa. Murdoch es una verdadera maestra en el arte de la descripción y en este aspecto me ha convencido y conquistado totalmente. Pero las que prometían ser unas elevadas expectativas, han empezado a fallar cuando más personajes van apareciendo en escena, y la novela se convierte en un caótico camarote de los hermanos Marx, en un vodevil, incluso un mal culebrón en el que todos hablan, gritan, lloran y actúan sin el más mínimo sentido.

Las relaciones humanas obviamente son complejas y cuando Murdoch intenta plasmarlas, siento que pincha.
Hay momentos creíbles pero la mayoría de ellos son inverosímiles. Me ha dado la sensación de que no son personas de carne y hueso sino actores de teatro, sobreactuando en una mezcla de tragedia griega y drama shakesperiano, reescrito y mal acabado.

Reconozco que Murdoch es una escritora brillante y "El mar, el mar" ganó en su día el "Booker Prize", pero aunque he disfrutado de los pasajes cuyo protagonista absoluto es el mar, me he cansado y he llegado a aborrecer al obsesivo protagonista y a la pusilánime e histérica Hartley, su inalcanzable objeto de deseo. No me he creído para nada este amor de adolescencia que sigue vivo y aún más fuerte en la madurez. Y puestos a no creer, no me he creído a ninguno de los personajes que actúan de comparsas en esta historia ni han conseguido que me interesara por las reflexiones y disquisiciones filosóficas y existenciales que van planteando a lo largo de la historia. Posiblemente la falta de empatía con los protagonistas de esta novela han hecho que la lectura no me haya resultado todo lo gratificante y plena que cabría esperar y así resulta difícil avanzar 700 páginas para terminar con un final, a mi juicio, precipitado y poco satisfactorio.

Quedémonos pues, con las fascinantes descripciones marinas que hace Murdoch, como en este fragmento inicial, insuperable. Sólo por estos pasajes ya ha valido la pena leer la novela...

"El mar se extiende ante mí mientras escribo, más que destellar, resplandece bajo el suave sol de mayo. Con el cambio de marea, se recuesta calladamente contra la tierra, casi sin huella de ondas ni de espuma. Próximo al horizonte es de un púrpura suntuoso, marcado por líneas regulares de verde esmeralda. En el horizonte es índigo. Cerca de la playa, donde la visión se da enmarcada por amontonamientos de desiguales rocas amarillas, hay una franja de verde más pálido, helado y puro, menos radiante y sin embargo opaco, no transparente. Estamos en el norte, y la luz brillante del sol no puede penetrar en el mar. Allí donde el agua golpea suavemente sobre las rocas sigue siendo una superficie de color, como una piel. El cielo sin nubes es muy pálido en el horizonte índigo, que le pone un leve trazo de plata. Su azul se intensifica y vibra hacia el cenit. Pero el cielo parece frío, hasta el sol parece frío"



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